lunes, 2 de junio de 2014

ARTÍCULO 4


ROMANCES HISTÓRICOS



En el «Prólogo» a sus Romances históricos de 1841 explicaba el Duque de Rivas los orígenes, desarrollo y decadencia del romance castellano, y qué le decidió a escribir y dar a la imprenta los suyos propios.

No parece que intuyera la relación entre el octosílabo asonantado y el metro de los cantares de gesta ni que tampoco hiciera distinciones entre los romances viejos y los artísticos posteriores. Explicaba luego cómo floreció el romance con el Renacimiento y con qué entusiasmo lo dieron por suyo los poetas y dramaturgos del Siglo de Oro y del Barroco.

Su misma popularidad y eufonía le entregaron «al brazo seglar de los meros versificadores y de los copleros vergonzantes», y de este modo se desacreditó. A pesar de los elogios de Luzán y aunque Meléndez Valdés escribiera romances, desde entonces tan sólo se ha escrito «alguno que otro» y hasta un texto contemporáneo, cuyo título Rivas no da, pero al que alude de manera inconfundible; decía del romance que «aunque venga a escribirle el mismo Apolo no le puede quitar ni la medida, ni el corte, ni el ritmo, ni el aire, ni el sonsonete de jácara»1.

Para Saavedra, los romances «son tan vigorosos en la expresión y en los pensamientos, que nos encanta su lectura; encontrando en ellos nuestra verdadera poesía castiza, original y robusta» y para ilustrarlo cita varios de Góngora, Quevedo, Calderón, de quien siempre gustó mucho, y algunos otros incluidos en el Romancero de Duran. Concluye insistiendo en que el romance,

tan a propósito... para la narración y la descripción, para expresar los pensamientos filosóficos y para el diálogo, debe, sobre todo, campear en la poesía histórica, en la relación de los sucesos memorables.


Lo que se proponía el poeta al dar a la imprenta esta colección era revalorizar el romance,

volverlo a su primer objeto y a su primitivo vigor y enérgica sencillez, sin olvidar los adelantos del lenguaje, del gusto y de la filosofía, y aprovechándose de todos los atavíos con que nuestros buenos ingenios lo han engalanado...


Estas ideas no eran nuevas en él, pues ya en la «Advertencia de los editores», colocada entre El moro expósito y las demás composiciones, en la edición de París de 1834 loaba, por boca de Salva, al romance, «género de poesía peculiar de nuestra nación»; arremetía contra aquellos críticos que confundían romances con jácaras y tonadillas (Hermoséala, naturalmente); mantenía que los temas de interés eran abundantes en la historia nacional, más cercana a nuestras costumbres y creencias que la extranjera o la mitología; y animaba también a los jóvenes a escribir «no por recuerdos, sino por inspiración y de consiguiente con originalidad», esto es, sin tener ya en cuenta preceptivas.
 

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