ROMANCES HISTÓRICOS
En
el «Prólogo» a sus Romances históricos de 1841 explicaba el Duque
de Rivas los orígenes, desarrollo y decadencia del romance
castellano, y qué le decidió a escribir y dar a la imprenta los
suyos propios.
No
parece que intuyera la relación entre el octosílabo asonantado y el
metro de los cantares de gesta ni que tampoco hiciera distinciones
entre los romances viejos y los artísticos posteriores. Explicaba
luego cómo floreció el romance con el Renacimiento y con qué
entusiasmo lo dieron por suyo los poetas y dramaturgos del Siglo de
Oro y del Barroco.
Su
misma popularidad y eufonía le entregaron «al brazo seglar de los
meros versificadores y de los copleros vergonzantes», y de este modo
se desacreditó. A pesar de los elogios de Luzán y aunque Meléndez
Valdés escribiera romances, desde entonces tan sólo se ha escrito
«alguno que otro» y hasta un texto contemporáneo, cuyo título
Rivas no da, pero al que alude de manera inconfundible; decía del
romance que «aunque venga a escribirle el mismo Apolo no le puede
quitar ni la medida, ni el corte, ni el ritmo, ni el aire, ni el
sonsonete de jácara»1.
Para
Saavedra, los romances «son tan vigorosos en la expresión y en los
pensamientos, que nos encanta su lectura; encontrando en ellos
nuestra verdadera poesía castiza, original y robusta» y para
ilustrarlo cita varios de Góngora, Quevedo, Calderón, de quien
siempre gustó mucho, y algunos otros incluidos en el Romancero de
Duran. Concluye insistiendo en que el romance,
tan
a propósito... para la narración y la descripción, para expresar
los pensamientos filosóficos y para el diálogo, debe, sobre todo,
campear en la poesía histórica, en la relación de los sucesos
memorables.
Lo
que se proponía el poeta al dar a la imprenta esta colección era
revalorizar el romance,
volverlo
a su primer objeto y a su primitivo vigor y enérgica sencillez, sin
olvidar los adelantos del lenguaje, del gusto y de la filosofía, y
aprovechándose de todos los atavíos con que nuestros buenos
ingenios lo han engalanado...
Estas
ideas no eran nuevas en él, pues ya en la «Advertencia de los
editores», colocada entre El moro expósito y las demás
composiciones, en la edición de París de 1834 loaba, por boca de
Salva, al romance, «género de poesía peculiar de nuestra nación»;
arremetía contra aquellos críticos que confundían romances con
jácaras y tonadillas (Hermoséala, naturalmente); mantenía que los
temas de interés eran abundantes en la historia nacional, más
cercana a nuestras costumbres y creencias que la extranjera o la
mitología; y animaba también a los jóvenes a escribir «no por
recuerdos, sino por inspiración y de consiguiente con originalidad»,
esto es, sin tener ya en cuenta preceptivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario