lunes, 2 de junio de 2014

ARTÍCULO 8


ROMANCES NOVELESCOS

 




 LAS DOS HERMANAS

Moro, si vas a la España,—traerás una cautiva,
no sea blanca ni fea,—ni gente de villanía.—
Ve venir el conde Flores—que viene de la capilla,
viene de pedir a Dios—que le dé un hijo o una hija.
Conde Flores, conde Flores,—tu mujer será cautiva.
No será cautiva, no,—antes perderé la vida.—
Cuando partió el conde Flores—su mujer quedó cautiva.
Aquí traigo, reina mora,—una cristiana muy linda,
que no es blanca ni fea,—ni gente de villanía,
no es mujer de ningún rey,—lo es del conde de Castilla.
De las esclavas que tengo—tú serás la mas querida,
aquí te entrego mis llaves—para hacer la mi cocina.
Yo las tomaré, señora,—pues tan gran dicha es la mía.—
La reina estaba preñada,—la cautiva estaba en cinta;
quiso Dios y la fortuna,—las dos parieron un día.
La reina parió en el trono,—la esclava en tierra paria,
una hija parió la reina,—la esclava un hijo paria;
las comadronas son falsas,—truecan el niño y la niña,
a la reina dan el hijo,—la esclava toma la hija.
Cuando un día la apañaba—estas palabras decía:
No llores, hija, no llores,—hija mía y no parida,
que si fuese a las mis tierras—muy bien te bautizaría,
y te pondría por nombre—Maria Flor de la vida,
que yo tenia una hermana—que este nombre se decía,
que yo tenia una hermana,—de moros era cautiva,
que fueron a cultivarla—una mañanita fría
cogiendo rosas y flores—en un jardín que tenia.—
La reina ya lo escuchó—del cuarto donde dormía.
Ya la enviaba a buscar—por un negro que tenia:
¿Qué dices, la linda esclava?—¿qué dices, linda cautiva?
Palabras que hablo, señora,—yo también te las diría:
No llores, hija, no llores,—hija mía y no parida, etc...
Si aquesto fuese verdad—hermana mía serias.
Aquesto es verdad, señora,—como el día en que nacía.—
Ya se abrazaban las dos—con grande llanto que había.
El rey moro lo escuchó—del cuarto donde escribía,
ya las envía a buscar—por un negro que tenia:
¿Qué lloras, regalo mio?—¿qué lloras, la prenda mía?
Tratábamos de casaros—con lo mejor de Turquía.—
[p. 287] Ya le respondió la reina,—estas palabras decía:
No quiero mezclar mi sangre—con la de perros maldita.—
Un día mientras paseaban—con su hijo y con su hija,
hecho convenio las dos,—a su tierra se volvían. 


 

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