ROMANCES FRONTERIZOS
“Los
romances son poemas épico-líricos breves que se cantan al son de un
instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para
recreo simplemente o para el trabajo en común”.[1] Se trata de
composiciones poéticas consistentes en tiradas de versos de
dieciséis sílabas monorrimos en asonante,[2] que narran “con un
estilo propio una historia de interés general y que, por lo tanto,
es retenida y repetida por una parte de aquellos que la oyen,
difundiéndose así en el tiempo y en el espacio. Esta repetición no
es estática, sino dinámica, ya que suele presentar cambios que dan
lugar a una notable gama de variaciones en los diferentes textos de
cada romance”,[3] que constituyen versiones del mismo. Parece tener
su origen en los cantares de gesta medievales, según la teoría de
Menéndez Pidal, popularizados hacia el siglo XIV a través de los
juglares, quienes facilitaron la fragmentación de los temas en su
divulgación por las ciudades y pueblos de España. Efectivamente,
los juglares recitaban los pasajes de los cantares de gesta que más
gustaban a su auditorio, deviniendo esos fragmentos en relatos
breves, con autonomía narrativa, aunque desligados del cuerpo
narrativo a que pertenecían, por lo que no es raro encontrar
comienzos abruptos y finales truncos. Tal peculiaridad facilitó,
sobre todo en los primeros tiempos, que la historia contada en el
romance estuviera abierta a posibles soluciones, que cristalizaron
generalmente en versiones distintas del mismo tema. Estos cantos
épicos fueron conformando merced a su popularidad el llamado
Romancero viejo o tradicional.
“La
producción de romances viejos se inicia en la segunda mitad del
siglo XIII y tiene su periodo de mayor actividad desde la segunda
mitad del siglo XIV, hasta los dos decenios primeros del XVI”.[4]
Al mismo tiempo que se opera la fragmentación de los cantares de
gesta, surgen los primeros romances con temática de la época,
llamados por M. Pidal “noticieros”, siendo los más
característicos los que cuentan hechos acaecidos en el reinado de
Pedro I el Cruel. Más adelante, hacia la segunda mitad del siglo XV,
empiezan a componerse romances sobre temas novelescos, carolingios,
bretones o tomados de las baladas divulgadas por Europa, dando lugar
al vasto corpus poético que constituye el Romancero español.
Entre
los romances noticieros sobresalen los llamados “fronterizos”,
calificados por Milán y Fontanal como “joya incomparable de la
poesía en lengua castellana”.[5] Forman una crónica poética y
popular del avance de la Reconquista desde el último tercio del
siglo XIV y de la difícil convivencia de moros y cristianos en los
territorios de frontera. Frente a los romances viejos o tradicionales
que surgieron de los cantares de gesta, esta nueva muestra de cantos
épicos emerge de manera esporádica, al socaire de las correrías,
algaradas, rebatos y saqueos de villas, acontecidos en territorios
fronterizos con el reino de Granada. En ellos se acumulan
“instantáneas recogidas por el ojo sobresaltado del alargador,
diálogos vibrantes que más que referidos parecen escuchados,
rápidas pinturas que más parecen vistas que descritas”,[6] bien
porque así lo concibió el poeta popular, bien porque el texto que
conservamos es un fragmento superviviente de un romance más extenso.
“Los romances fronterizos no mienten nunca. Ninguna fábula
propiamente tal ha entrado en ellos, de tantas como recargan nuestros
anales de reinos y ciudades. Lo que suele haber es confusión de
personas, lugares y tiempos, fácil de desembrollar casi siempre,
cuando se tiene a mano el hilo conductor de la cronología
histórica”.[7]
El
contenido de estos poemas populares refleja la intrahistoria de las
dos comunidades enfrentadas, “la historia personal de muchos
fronteros con sus aciertos y sus errores, con sus triunfos y sus
fracasos”,[8] poetizando unos hechos históricos, de los que se
nutren con frecuencia las crónicas de la época. Lo mismo que los
cantares de gesta, los romances fronterizos tienen un evidente
carácter histórico: hechos intrascendentes o personajes de
significado muy secundario adquieren especial relieve cuando al
testimonio de la historia unimos los relatos poéticos. Unas veces
dan noticia del cerco o la toma de una ciudad (Baeza, Antequera,
Álora...), otras se hacen eco de las correrías por territorio
enemigo (romances de Fernandinas, de los caballeros de Moclín,
Sayalera...), otras recrean retazos de importantes hechos de armas
protagonizados por un héroe histórico o legendario (el Maestre de
Calatrava, Albayaldos, Ponce de León...) y otras finalmente reflejan
los duelos habidos entre moros y cristianos durante el asedio de
Granada (Garcilaso de la Vega) o expresan la admiración que los
castellanos sentían por la ciudad nazarí (Abenámar).
En
algunos de los hechos de guerra contados estas crónicas poéticas
populares conectan con problemas políticos que se vivían en la
frontera, como es el caso de los romances que componen el ciclo de
Pedro I. En otros casos se observa una estrecha relación del juglar
con familias nobles comprometidas con la guerra de Granada, las
cuales desean verse inmortalizadas en los versos épicos del romance.
Así “los antañones apellidos castellanos viejos de los Lara,
Gustioz y González, ceden el paso a los Fernández y Díaz, más
humildes como simples jefes de escuderos, y los de Almanzor a los
modestos Venegas, Reduán, Audalla, y así hasta un innominado rey de
Granada cuyo beneficiario a la postre será el Rey Chiquito, de
triste historia engrandecida por la leyenda.[9]
El
auge de estos cantos épicos de frontera se iniciará a partir de la
toma de Antequera por el infante don Fernando en 1410 y culminará
con la conquista de Granada en 1492. Como es natural, muchos textos
se han perdido, pero conservamos una variada muestra de ellos, que
nos induce a pensar en el profundo arraigo que estos cantares
tuvieron entre las gentes que poblaban la frontera, a veces tan
difuminada, de moros y cristianos.
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