lunes, 2 de junio de 2014

ARTÍCULO 6


ROMANCES FRONTERIZOS



Los romances son poemas épico-líricos breves que se cantan al son de un instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo en común”.[1] Se trata de composiciones poéticas consistentes en tiradas de versos de dieciséis sílabas monorrimos en asonante,[2] que narran “con un estilo propio una historia de interés general y que, por lo tanto, es retenida y repetida por una parte de aquellos que la oyen, difundiéndose así en el tiempo y en el espacio. Esta repetición no es estática, sino dinámica, ya que suele presentar cambios que dan lugar a una notable gama de variaciones en los diferentes textos de cada romance”,[3] que constituyen versiones del mismo. Parece tener su origen en los cantares de gesta medievales, según la teoría de Menéndez Pidal, popularizados hacia el siglo XIV a través de los juglares, quienes facilitaron la fragmentación de los temas en su divulgación por las ciudades y pueblos de España. Efectivamente, los juglares recitaban los pasajes de los cantares de gesta que más gustaban a su auditorio, deviniendo esos fragmentos en relatos breves, con autonomía narrativa, aunque desligados del cuerpo narrativo a que pertenecían, por lo que no es raro encontrar comienzos abruptos y finales truncos. Tal peculiaridad facilitó, sobre todo en los primeros tiempos, que la historia contada en el romance estuviera abierta a posibles soluciones, que cristalizaron generalmente en versiones distintas del mismo tema. Estos cantos épicos fueron conformando merced a su popularidad el llamado Romancero viejo o tradicional.

La producción de romances viejos se inicia en la segunda mitad del siglo XIII y tiene su periodo de mayor actividad desde la segunda mitad del siglo XIV, hasta los dos decenios primeros del XVI”.[4] Al mismo tiempo que se opera la fragmentación de los cantares de gesta, surgen los primeros romances con temática de la época, llamados por M. Pidal “noticieros”, siendo los más característicos los que cuentan hechos acaecidos en el reinado de Pedro I el Cruel. Más adelante, hacia la segunda mitad del siglo XV, empiezan a componerse romances sobre temas novelescos, carolingios, bretones o tomados de las baladas divulgadas por Europa, dando lugar al vasto corpus poético que constituye el Romancero español.

Entre los romances noticieros sobresalen los llamados “fronterizos”, calificados por Milán y Fontanal como “joya incomparable de la poesía en lengua castellana”.[5] Forman una crónica poética y popular del avance de la Reconquista desde el último tercio del siglo XIV y de la difícil convivencia de moros y cristianos en los territorios de frontera. Frente a los romances viejos o tradicionales que surgieron de los cantares de gesta, esta nueva muestra de cantos épicos emerge de manera esporádica, al socaire de las correrías, algaradas, rebatos y saqueos de villas, acontecidos en territorios fronterizos con el reino de Granada. En ellos se acumulan “instantáneas recogidas por el ojo sobresaltado del alargador, diálogos vibrantes que más que referidos parecen escuchados, rápidas pinturas que más parecen vistas que descritas”,[6] bien porque así lo concibió el poeta popular, bien porque el texto que conservamos es un fragmento superviviente de un romance más extenso. “Los romances fronterizos no mienten nunca. Ninguna fábula propiamente tal ha entrado en ellos, de tantas como recargan nuestros anales de reinos y ciudades. Lo que suele haber es confusión de personas, lugares y tiempos, fácil de desembrollar casi siempre, cuando se tiene a mano el hilo conductor de la cronología histórica”.[7]

El contenido de estos poemas populares refleja la intrahistoria de las dos comunidades enfrentadas, “la historia personal de muchos fronteros con sus aciertos y sus errores, con sus triunfos y sus fracasos”,[8] poetizando unos hechos históricos, de los que se nutren con frecuencia las crónicas de la época. Lo mismo que los cantares de gesta, los romances fronterizos tienen un evidente carácter histórico: hechos intrascendentes o personajes de significado muy secundario adquieren especial relieve cuando al testimonio de la historia unimos los relatos poéticos. Unas veces dan noticia del cerco o la toma de una ciudad (Baeza, Antequera, Álora...), otras se hacen eco de las correrías por territorio enemigo (romances de Fernandinas, de los caballeros de Moclín, Sayalera...), otras recrean retazos de importantes hechos de armas protagonizados por un héroe histórico o legendario (el Maestre de Calatrava, Albayaldos, Ponce de León...) y otras finalmente reflejan los duelos habidos entre moros y cristianos durante el asedio de Granada (Garcilaso de la Vega) o expresan la admiración que los castellanos sentían por la ciudad nazarí (Abenámar).

En algunos de los hechos de guerra contados estas crónicas poéticas populares conectan con problemas políticos que se vivían en la frontera, como es el caso de los romances que componen el ciclo de Pedro I. En otros casos se observa una estrecha relación del juglar con familias nobles comprometidas con la guerra de Granada, las cuales desean verse inmortalizadas en los versos épicos del romance. Así “los antañones apellidos castellanos viejos de los Lara, Gustioz y González, ceden el paso a los Fernández y Díaz, más humildes como simples jefes de escuderos, y los de Almanzor a los modestos Venegas, Reduán, Audalla, y así hasta un innominado rey de Granada cuyo beneficiario a la postre será el Rey Chiquito, de triste historia engrandecida por la leyenda.[9]

El auge de estos cantos épicos de frontera se iniciará a partir de la toma de Antequera por el infante don Fernando en 1410 y culminará con la conquista de Granada en 1492. Como es natural, muchos textos se han perdido, pero conservamos una variada muestra de ellos, que nos induce a pensar en el profundo arraigo que estos cantares tuvieron entre las gentes que poblaban la frontera, a veces tan difuminada, de moros y cristianos. 


 

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