CARACTERÍSTICAS DEL ROMANCE
Un
romance consta de grupos de versos de ocho sílabas (octosílabos) en
los que los pares riman en asonante. Los más antiguos pueden añadir
para completar la rima la llamada -e paragógica y asimismo no poseen
división estrófica; los más modernos agrupan los versos de cuatro
en cuatro y no suelen recurrir a este artificio. Todos los romances
viejos son anónimos y son influidos en gran manera por la religión,
la guerra y el amor.
Se
diferencian de las baladas europeas en preferir el realismo a lo
fantástico y en poseer un carácter dramático más marcado. Su
estilo se caracteriza por ciertas repeticiones de sintagmas en
función rítmica (Río verde, río verde), por un uso algo libre de
los tiempos verbales, por la abundancia de variantes (los textos
varían y se contaminan entre sí, se «modernizan» o terminan de
distinto modo a causa de su transmisión oral) y por el frecuente
corte brusco al final, que en las mejores ocasiones aporta
un gran misterio al poema.
Su
estructura es variada: algunos cuentan una historia desde el
principio hasta el final; otros son sólo la escena más dramática
de una historia que consta de varios romances. Entre estos ciclos de
romances destacan los consagrados a las historias del Cid y de
Bernardo del Carpio.
Los
temas son históricos, legendarios, novelescos, líricos... Algunos
servían para publicitar las hazañas de la reconquista de Granada:
son los llamados romances noticieros. La vitalidad del Romancero
español fue enorme; no sólo perdura en la tradición popular
transmitiéndose oralmente hasta la actualidad, sino que inspiró
muchas comedias del teatro clásico español del Siglo de Oro y, a
través de este, del europeo (por ejemplo, Las mocedades del Cid de
Guillén de Castro inspiró Le Cid, de Pierre Corneille). La misma
existencia del Romancero nuevo es prueba de ello.
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